miércoles, 14 de mayo de 2008

A la reconquista del control remoto...pero ¿vale la pena?

Sentarse a mirar televisión, la verdad, nunca fue mi devoción. Creo haber invertido unas cuantas horas frente a la TV pero no las suficientes para considerarme "adicto" a la misma.

De chico (soy del ’72, es decir, mediados de los ‘70 y principio de los ’80) miraba TV pero, claro, el cable no existía y la programación apta para ver algo que podía llegar a interesarnos era poca.

Los programas infantiles o los dibujos animados tenían su horario -generalmente a la tarde, durante la merienda- y chau, hasta el otro día no había nada más para ver. Y a jugar. O, en el peor de los casos, a hacer los deberes de la escuela. (La "compu" no existía y los únicos juegos electrónicos los veía una vez al año en Sacoa de Mar del Plata).

No voy a entrar en la discusión de que si antes era mejor y más divertido que ahora, porque no es el tema de estas líneas (sólo digo: ¡SIIIII, ANTES ERA MUCHO MEJOR!).

Luego, en la adolescencia, (mediados y finales de los ‘80) la televisión también formaba parte de nuestras vidas pero tampoco era algo alarmante. Entre el colegio, la tarea (aunque nunca me destaqué por el estudio) y otras cuestiones de la edad...no era una cuestión preocupante el tiempo que miraba la televisión; al menos, en mi caso. El cable, que no recuerdo cuando llegó a la Argentina, lo habremos instalado en los 90 (cuando nos decían, entre tantas sanatas, que "estabamos en el primer mundo").

En la época del boom de la tv por cable fue cuando me sentaba a mirar más televisión (hablo en pasado porque hoy no tengo cable, por fortuna). El "zaping", como les pasa a muchos, era programación habitual. Sentarse a cambiar de canal y pasar por tooooodos los canales podía ocuparme más tiempo que mirar un programa. Y eso, claro, pasa ante tantas ofertas ...de bodrios, en buena medida.

¿A dónde apunto con todo esto? A que si bien no miraba mucha televisión, yo si tenía mi momento. Y no necesariamente a la medianoche. Si quería mirar un programa a lo mejor tenía que batallar -con mis hermanos, generalmente- pero tenía muchas chances de lograr mi objetivo, de ganar.

El control remoto era -y es- el "arma" preferida y deseada a la hora de mirar la televisión. Especie de “bastón de mando”…de “cetro de poder”, lo dominas todo desde el sillón. Había opciones, claro, porque te podías levantar a cambiar tantas veces fuera necesario pero quién tenía el control remoto corría con ventaja. Terminaba ganando por cansancio. Sin embargo, en nuestra infancia, ese “aparatito mágico” no existía, y las “luchas” se libraban cuerpo a cuerpo.

La conquista del control remoto -en una casa de familia numerosa- podía ser también una lucha intensa y ardua; y la victoria, reconozcamos, se disfrutaba. Cada tanto había que mantenerse firme con lo que uno quería ver porque en el primer descuido venía el cambio (de canal).

Cada tanto la intervención de mis viejos, podía llevar a una "tregua": hoy le toca a fulanito, mañana a menganito, y así sucesivamente. O, quizás, si la pelea continuaba, lo determinaban más democráticamente: apagaban la televisión, un “bife” a cada uno y san se acabó!.

Hoy, debo reconocer, la "derrota" en mi caso es desastrosa. Mis hijos me pasan por arriba. ¡Es un atropello!. Abril y Tomás –de solo 6 y casi 3 años- lo dominan todo. Tengo que tolerar programas que jamás en mi vida pensaba que iba a mirar. Programas -infantiles, y no tanto- que pueden llegar a dañar la salud mental de un padre. Y no por el tipo del programa porque algunos son buenos (¡solo algunos, dije!) sino por ¡la cantidad de veces que los tengo que ver! ¡La reiteración es dañina!- ¿por qué no lo dicen los pediatras?. Al extremo de que los chicos recuerdan de memoria lo que se dice en los diálogos y se anticipan a lo que pasa. Hoy, por ejemplo, voy a cenar con "el muro infernal" mientras mi hijo se la pasa repitiendo: -tres, dos, ¡muroooo!- llevando su puño, a manera de micrófono, a la boca. Y Marley pasó a remplazar a Barny.

Luego, viene la lucha más dura: porque mi hija –de 6 años, recalco- quiere ver “Bailando por un sueño”, dónde los culos y las tetas están a la orden del día. Y...no es que sea moralista, pero ¡viejo, paren la mano! ¡Mi hija quiere bailar "a lo gato"!. ¡POR FAVOOOOOOORRR!...Cuando me dice: -pá, mirá como bailo-, comienza a contorsionarse de un lado para otro con una mano en la cabeza y la otra en la cintura -pero no al estilo Xuxa- sino al mejor estilo "Luli Zalazar". Es más lo que le cambio de canal que lo que mira de programa (por suerte!). Es difícil explicarle que no es un programa para ellos cuando en la tribuna hay una gran cantidad de chicos presentes entre el público, y más patético es todavía cuando supuestamente hacen todo por solidaridad. Una verdadera falta de respeto hacia las genuinas acciones solidarias.

Y eso de cambiar de canales –aún cuando no estamos prestando mucha atención a la televisión- los padres estamos entrenados, es una especie de “instinto”; porque es demasiado frecuente que mientras están mirando un programa para su edad, de pronto, en la propaganda te muestran a dos en la catrera casi en bolas, porque es el aviso de la novela de la tarde. O a un gato "bailando" en un caño...

Y las puteadas... bueno, ya no sabemos como disimularlas: ¿que dijo, pa?...y viene la sanata. Pero, en definitiva, la puteada no es lo más grave. Pero, eso si, van a recordarla para siempre y la sabrán usar a la perfección. Ubicándolas en la oración de forma exacta y precisa... y, claro, en el momento menos indicado: en el colectivo, en el tren, en casa con visitas, etc.

Pero volvamos a la TV y al dominio de la programación, tema central de esta nota.Por fortuna, ya lo mencioné, no tengo cable; por lo que no sufro el síndrome de 24 horas de "cartoon network" o "disney chanel". Son programaciones más acordes para ellos, lo se; pero ¡perdería como en la guerra! ¿Cómo compito contra programas infantiles todo el día? Sin embargo, aún sin el cable, padecemos otra situación que no dista demasiado, imagino, con 24 horas de programación infantil. Y es la siguiente:

Uno, contento, les regala una película infantil, un video o DVD. ¡Perfecto, tienen un rato con que entretenerse!- imagina. La miran por primera vez, la ven por segunda vez, la ven tres, cuatro, cinco...diez...quince...veinte...veces!. Y digo mal, ¡LA VEMOS!, porque no importa la hora, la quieren ver en todo momento, a la hora de desayunar, de almorzar, de cenar...y sus “ganas” son más fuertes cuando quiero ver algún programa que me interesa.

Ahora me estoy memorizando "the bee movie" -"la película de la abeja"- porque mi hijo Tomás no quiere ver otra. Le compré unas cuantas más para que, al menos, varíe de títulos pero no hay caso. Es más, les confieso que tanto vi la película que terminé encariñándose con el personaje. Ahora, cuando veo una abeja revolotear en mi casa, la miro y trato de escuchar a ver si me habla (pero gracias a la película me enteré que las abejas tienen prohibido hablar con los humanos y, por lo visto, es una regla que estas respetan a rajatabla). Tampoco intento matarlas, ni aún cuando están a punto de clavar su aguijón en mi piel; porque, si mi hijo me viera, podría generarle un trauma.

Uno quiere imponer su autoridad como padre, intenta poner límites pero ¡que bien saben romperlos!, los límites, digo. Usan esa estrategia tan buena y tan bien complementada de: llanto, pataleo, grito agudo –el más efectivo, por lo visto- que decís: -“Ma sí, pongamos la abejita". Error, si, ya lo sé. Pero también es error levantarlo de la cuna a la madrugada cuando lloran, según los pediatras, pero ¡uno quiere dormir!. Acá pasa lo mismo, ¡quiero ver un poco de TV y, en lo posible, en silencio! Debo confesar que he pensando en rayarle el DVD pero no sería una buena técnica: ¿que si me sentiría mal? Noooo, ¿cómo le explicás que se rayó y no lo puede ver?. Puede ser peor....ya lo intenté.

Hoy, miro televisión recién cuando se duermen. Miro un poco el noticiero de la medianoche y chau. Esa es mi programación. El cansancio me termina venciendo, a pesar de estar entrenado con las "batallas" por el control remoto que tenía con mis hermanos y que eran más numerosas. Pero esas eran de “fuerza” y éstas, las que los niños emprenden con uno, son “psicológicas”.
¡Hoy cómo cuesta re-conquistar el control remoto!... ¡cuesta tanto como comprar otra televisión!

No hay comentarios: