viernes, 2 de julio de 2010

EL GATO...MOJADO

(Si mi maestra me hubiera dejado ir al baño antes de subir al escenario…otra sería la historia)

Facebook. La enorme red de comunicación que crece día a día. Dónde, para muchos, los amigos de los amigos son también amigos. Un espacio de encuentros y reencuentros virtuales. De fotos y recuerdos. Con amigos y parientes (cercanos o distantes), compañeros de trabajo y de estudio. Ex compañeros de Universidad (no es mi caso), de secundaria y primaria…(y algunos de jardín probablemente ,pero uno tiene que tener muy buena memoria para recordar sus nombres).

Hoy, entre este menú, elijo “la Primaria”.

La finalicé (si mi memoria no me falla) en el 84 -casi 26 años atrás- en la Escuela Nro. 31 “Tambor de Tacuarí” (así, con el nombre completito como lo repetía en ese entonces). En Lanús.

Con algunos de mis ex compañeros nos estamos reencontrando en el facebook y ya se planea una reunión para juntarnos nuevamente. De hecho tres de ellos ya lo hicieron. Eso disparó en mi memoria recuerdos y anécdotas. Y esta tarde precisamente rememoraba en familia una de éstas que, por cierto, no fue de las más felices para mí en aquellos tiempos. Vergonzosa sería la definición más exacta. Pero como me considero bastante desvergonzado, paso a contarla (seguramente Silvia, Sandra, Karina, Walter, Edgardo, Pablo, Jorge y Adrian lo van a recordar).

Yo estaba en quinto o sexto grado (o sea, bastante grandecito ya). No recuerdo la fecha. Era un acto de la escuela. Esa tarde tenía que representar, más precisamente bailar un gato. Lógicamente estaba vestido para la ocasión: bombacha de gaucho, botas, camisa, chaleco y pañuelo (no recuerdo el detalle del sombrero).

Ahí estábamos en los preparativos antes de subir al escenario mientras otro grupo actuaba.
De pronto, y como de costumbre tan oportunamente, sentí la necesidad de ir al baño. Me estaba haciendo pis. Traté de aguantar, quizás si calmaba los nervios se me pasaba. Con el transcurrir de los minutos las ganas fueron, digamos, muy intensas.

Señorita- me recuerdo diciendo- ¿puedo ir al baño?

- No, no. Ya subimos.

-¡Pero quiero ir al baño!

-Aguantate!. Ya nos toca a nosotros- fue su respuesta tajante.

Yo trataba de pensar en otra cosa pero la vejiga me traía de vuelta a la realidad.

Lo peor que todavía faltaba unos cuantos minutos para subir. Los suficientes para haber ido y regresado del baño sin problemas.

No daba más. Ya cruzaba las piernas….y cuando uno llega a esta instancia no hay como contenerse por mucho tiempo más…

-¡Vamos!- dijo la maestra- ¡Suban al escenario!

Subimos. El telón estaba cerrado. Nos ubicamos: los “gauchos” de un lado y las “chinas” del otro. Frente a frente. A mí, para colmo, me tocó delante de todos; era el más cercano al público.

Debajo del escenario: alumnos, maestras, autoridades escolares, madres, padres, tutores y/o encargados estaban atentos a lo que vendría...Y yo, arriba, aguantando a más no poder las ganas de orinar.

-“¿Qué hago? No puedo más”- recuerdo que pensaba. Era un sufrimiento enorme. En esos instantes uno quiere que todo pase rápido. No se puede pensar en otra cosa que en el mejitorio ( o en una pared, da igual). Parece que el tiempo se detiene. Todo transcurre lentamente.
...

Cuando se me escapó el primer “chorrito” me di cuenta que no había marcha atrás. Como una represa desbordada sentí que se venía todo. Y se vino, nomás.

Mientras yo evacuaba sin que nadie lo notara, se abrió el telón.

La tibia "sensación" de alivio seguía recorriendo interminablemente mis piernas mientras arrancaba la música y nosotros haciamos palmas en la introducción. Yo recuerdo que me miraba los pies. Y tenía mis piernas pegadas una a otra con fuerza. No veía rastro alguno del líquido que imaginaba amarillo furioso en el piso. Eso me hizo pensar que el “bombachón” había hecho el milagro de absorberlo.

-¡ADENTRO!- dijo la voz del audio.

Brazos arriba, uno-dos-tres. Cruzarse con la compañera. Yo giraba sobre su lugar. Ella sobre el que yo acababa de abandonar.

"¿Lo habrán notado?"- pensaba. "Ojalá que no".

Cuando me di vuelta la realidad me golpeó.

Primero vi mis huellas…luego los zapatos de mi compañera de baile chapoteando sobre el charco de orina. ¡De mi orina!

¡El bombachón no había absorbido ni un centímetro cúbico!.

Todo estaba ahí, en el piso de madera del escenario. Y nuestras huellas de idas y vueltas parecían esas huellas que se dibujan en el suelo marcando el camino en ciertas publicidades. ¡Fue zapateo y zarandeo sobre el meo!.

Terminó el baile y veía las sonrisas dibujadas en el público mientras aplaudían. Y allá, sobre la grada, a mi vieja saludándome.

Fue memorable….para todos menos para mí, claro, que lo viví como una pesadilla.

Menos mal que en ese entonces no existían las camaritas digitales.

domingo, 22 de noviembre de 2009

El chequeo general.

Finalmente decidí hacerme un chequeo general. Hace cinco años no me hacía uno, y la última vez fue cuando me operaron de apendicitis.

Lo estoy haciendo por un centro cardiológico que aparenta ser muy bueno; la doctora no se conformó en los análisis de orina, sangre y electro sino también que me ordenó hacerme una “eco dopler” y también uno electro de fuerza (al proctólogo, gracias al señor, por ahora lo dejamos para más adelante…)

Todavía no fui a verla con todos los resultados de los estudios. Pero si fui a hacerme el electro de fuerza; como ya había contado en una entrada anterior hace bastante tiempo que estoy falto de deporte y con unos cuantos kilos de más. Las únicas actividades físicas que hago es caminar y no lo hago por deporte sino porque no tengo auto. No, bueno, caminar me gusta. Y suelo salir a hacerlo con Abril y Tomás por el barrio los fines de semana. Pero no como caminata deportiva. Gimnasio tengo uno a la vuelta de mi casa pero me aburre olímpicamente. Todavía no estoy decidido que voy a hacer a partir del año que viene. La doctora me aconsejó tenis o golf. Ja, que ilusa ella. Tenis, vaya y pase pero ¿golf?...deporte burgués, diría Chávez. Yo estaba entre el chinchón y el dominó; veré luego cual de los dos es el menos riesgoso…

La prueba del electro de fuerza fue la bicicleta. Yo, que hace años no me subía a una ni como de acompañante. De todas maneras la pude superar dignamente. Pidiendo la hora, claro, pero concluyéndola al fin.

La doctora descubrió que durante la prueba me subía la presión, la mínima. Y anotó “hipertensión arterial”. Entonces me aconsejó ponerme el “aparatito” que te controla la presión ( y los latidos) durante 24 horas. Como un “holter” pero para la presión.

Hoy al mediodía me lo instalaron. Un poco grande a mi gusto: de un lado tengo un aparato del tamaño de los viejos walkman que te hace bastante bulto debajo de la remera al punto que parece que te “afanaste” algo de un negocio. Por eso de regreso a casa evité entrar a uno. Y del otro, cruzando la manguerita por mi cuello-espalada, me pusieron en el brazo izquierda la “cinta de capitán” (un orgullo, para mí) que es la “cosa” que se infla y parece que una mano invisible te presiona el brazo cada cinco u diez minutos. Muy “cómodo”. Con esto estuve andando todo el día.

La técnica que me lo puso me aclaró que podía normalmente con la única condición que cuando el aparatito avisara (con dos pitidos) que va a tomar la presión tengo que detenerme (o sea dejar de hacer lo que estaba haciendo) y esperar a que termine. Si no, no la toma.

Ello implicó que mientras regresaba caminando por la calle principal de Adrogué, por ejemplo, me detuviera repentinamente en la vereda al sentir la presión invisible en mi brazo. Y para disimular me paré frente a una vidriera durante los 30 segundos que dura el control simulando interés en algún producto en exposición que, para mi vergüenza, resultó ser un local de ropa interior femenina.

En Burzaco, me agarró nuevamente en el túnel que cruza la estación y para no entorpecer el paso me puse junto al puesto ambulante mirando con falso interés las toallas y toallones. Muy feos, por cierto. –“Estoy mirando”-fue la clásica respuesta que le ofrecí a la señora que se acercó, supongo yo, entusiasmada pensando que era una venta segura.

Así llegué finalmente a casa. Lo tengo que tener hasta mañana domingo a las 12.30 horas ¿lo aguantaré?

(Escrito el sábado 21/11/09 a las 16,30 h. Hace 4 horas lo tengo puesto).

ADDENDA
Domingo 22 de Noviembre
.

Y aguanté casi hasta el final. A las 11.30 me lo retiré porque no lo soportaba más. No fue cómodo dormir con el aparato. Menos mal que “mágicamente” dejó de hacer los pitidos durante la noche.

viernes, 20 de noviembre de 2009

La culpa...

Hoy Abril tenía una excursión. Ella cursa la primaria por la tarde pero en esta ocasión el viaje –corto porque era a un museo en Temperley- se hacía por la mañana. Tenía que estar a las 8 y regresaba a las 12.30. Entonces la llevé yo antes de salir para mi trabajo y después, si, la retiraría mi señora.

A las 7.50 estábamos en la puerta del cole. Había otros compañeritos jugando. A las 8.00 abrieron las puertas y dijeron que los chicos tenían que ingresar: -¿Para la excursión la dejo acá? -pregunté. -Si, si…fue la respuesta de la portera-. Entonces le di un beso, le desee que la pase muy bien y me fui.

Mientras me alejaba caminando observé que llegaban los dos micros que los iban a transportar. -Que lindo micros, pensé. A ella le va gustar viajar ahí.- y recordé los viejos cacharros anaranjados en los que hacíamos las excursiones –pocas, por cierto- en mi primaria.

A medida que seguía alejándome, pensaba si no tendría que haberme quedado esperando que se subiera al micro y desde abajo intercambiar saludos y “besos voladores” con ella. Y sentí una sensación extraña. Como que había faltado en algo.

Ya una vez que subí al tren no había vuelta atrás. “Vaya saber a que hora terminaban saliendo”. “Tampoco se iba a Bariloche o iba a faltar varías noches de casa”- pensé a manera de consuelo y buscando la manera de espantar esa sensación que continuaba en mi.

Unas horas después, ya superada esa “extraña sensación”, desde la oficina llamé a mi señora y le conté que a Abril la había dejado en el colegio porque me dijeron que ella tenía que entrar. Y me fui.

- ¿Y no te quedaste?- me preguntó cortante mi esposa.
- ¿Para qué?, si tenían que entrar y después recién se iban a ir- traté de explicar sin demasiado convencimiento.
- Como ¿para qué?- (y ahí me vi venir el "golpe"). Para verla subir al micro y que ella te viera. Y la saludaras desde abajo y eso. No ves que para ella era su primer viaje?-.


Y volvió esa sensación extraña...Era ni más ni menos que la culpa.

La misma sensación que se siente cuando dejas por primera vez a tu hijo/a en el jardín llorando mientras te pide a gritos que no lo hagas, que no te vayas y lo dejes ahí. Y uno, por fuera, se muestra frío como un témpano y se lo entregas a la maestra pero por dentro te invade esa sensación, esa enorme angustia que te carcome el alma. Y que durará todo el tiempo que estuvo en el jardín….

Después te enterás que fue cuestión de cerrar la puerta y el llanto y los gritos se acabaron y tu hijo, una vez en la salita se olvidó de vos y la maestra te cuenta que jugó toda la tarde con sus amigos.

Los hijos (y las esposas, agrego) saben muy bien como y dónde asestarnos el "golpe" para que “sangre” la culpa. La que yo llamo “la psicológica” es un "arma" que saben manejar muy bien. Con eso consiguen mucho. Lo entendieron desde bebé con sus llantos. ¿Y por qué las esposas?, se preguntará más de uno…porque a veces parecen y se comportan como niñas malcriadas.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Mi hija me tuvo al trote...

Este fin de semana, Abril aprendió a andar en bicicleta sin las rueditas. ¡Todo un logro!.

Un logro compartido...porque yo logré bajar un par de kilos (habran sido gramos pero dejenme ilusionarme) ya que, a semejanza de un guardaespalda corriendo a la par del auto del presidente, estaba yo haciendo lo mismo pero junto a la bicicleta de mi hija.

Ahi estaba yo, bastante desacostumbrado al ejercicio físico, trotando y, lo que es más complicando,dandole indicaciones para mantener el equilibrio. O sea, corría y hablaba a la vez. Y el aire que lograba renovar en el trote lo perdía al hablar.

Además, también tenía que ir atento a Tomás -su hermano- que iba con su bicicleta con rueditas apurado y protestando porque lo dejábamos atrás. Y cada tanto, ante una frenada o maniobra brusca de Abril él -que venía embalado- me daba con su rueda delantera de lleno en los tobillos. Una "agradable" sensación, se los aseguro.

Pero el objetivo se cumplió. Ella esta felíz por lo aprendido y yo tan felíz como extenuado.

Papá, contanos un cuento!!!

Abril y Tomás, acaban de dormirse luego de un cuento. Les encanta que les cuente historias. Pero estas tienen algo en particular, no son las tiernas historias de Blancanieves o Bambi sino que les fascina las historias… pero de miedo!.

Ellos me piden que les cuente “cuentos de terror”, no importa el momento del día pero si prefieren uno antes de dormirse. No es un terror sangriento, aviso. No les hago películas a al estilo de “martes 13” o “scream”. No, para nada. Eso es morboso. Las historias que les cuento tienen un poquito de duendes, gnomos…unos gramos de fantasmas y aparecidos, algunos con buenas dosis de b rujas, salpicados por presencias extrañas y, un poquito, para que mentirles, de luces raras.

Lógicamente, los cuentos están inspirados en las numerosas historias que he visto y leído. También escuchado; porque he conocido gente que me han contado también de experiencias extrañas, principalmente con luces u ovnis. Pero a Abril y a Tomás les encantan las historias de brujas y fantasmas.

Además, si son sobre cosas que “me pasó a mi” mucho mejor.

Aclaro, a mi nada me ha pasado pero ellos piensan (o hacen que creen) que si me ha ocurrido infinidad de cosas. La culpa la tengo yo, lo reconozco, que les invento todo tipo de historias que pudieron acontecer en cualquier lugar y momento del día: en la oficina, en el viaje en tren, en el barrio, en el colectivo. Si me baso en los cuentos que les narro he viajado más veces en tren con duendes y brujas que con personas. O en la oficina, según la historia, he tenido encuentros con seres extraños, de computadoras que escribían solas y fantasmas golpeándome el ventanal, a mis espaldas, en pleno piso 22. De todas, lógicamente, logro escapar sano y salvo. Lástima que la única que no me cree las historias excusándome de la demora en el regreso a casa es mi señora!.

Incluso, les digo más, he llegado a transformar el tan burocrático y pesado trámite del DNI en una historia con fantasmas y aparecidos que no solo fascino a mis hijos sino que también aterrorizó a los hijos de otras familias (esa vez me inspiró mucho las caras de ciertas empleadas, je, je). Porque esa es otra. Yo me olvido que a mis chicos les gusta mucho las historias pero a otros niños no tanto. O mejor dicho, les gusta escucharlas pero después los padres se acuerdan “gratamente” de mi, de mi madre y de toda la parentela cuando sus hijos que iban solos al baño, o dormían de igual modo en sus habitaciones de pronto piden a gritos la presencia de un adulto cada vez que quieren orinar o se les aparecen, a mitad de la noche, en sus camas porque no pueden dormir solos. Pero es por un tiempito nomás…una semana, quizás dos ya que después se les pasa. Y ojo, porque si esos chicos me vuelven a ver me piden que les cuente otras historias. Pero yo, ante las miradas amenazantes de los padres, prefiero abstenerme… a veces solo a veces.

Debo reconocer también que no siempre estoy inspirado para las historias. Y eso lo sufren mis hijos. Hay noches que empiezo un cuento y de pronto me despierta mi hija gritando enojada que no entiende lo que narro porque el sueño me hizo entrar a desvariar. La historia, pasa así, a tener un sin sentido enorme. Tan grande como el sueño que me "poseyó" en ese momento. Muchas veces ni recuerdo lo que terminé diciendo porque que me quedé dormido antes, mucho antes, que ellos muy a pesar de sus gritos y quejas. Lástima que no conocen la palabra “bizarro” porque podría excusarme de que de eso se trata esos cuentos…pero les mentiría. ¿Más todavía?

Hasta el momento no he visto signos contraproducentes ni han asomado traumas en Abril y Tomás por las historias que les narro, es más, luego se duermen plácidos y tranquilos.

Digo yo, ¿no serán los hijos de los Adams? Bueno, dicen que yo tengo un parecido a Homero pero no precisamente al de esta familia de locos sino al otro… al de Springfield.

Y colorín, colorado, esta historia se ha terminado.

Mis vecinos están de fiesta...

Y cuando ellos festejan algo, sabemos muy bien lo que va a pasar. De hecho, está pasando en este preciso momento; en la casa contigua.

Sus vecinos, o sea todos nosotros y me arriesgaría a decir toda la manzana, estamos escuchando su música a todo volumen. Y para colmo de males… cumbia.

Cumbia y gritos. Porque también acostumbran acompañar la “melodía” con gritos, gritos de alcohol, supongo. De cerveza o vino, da igual.

Acaban de escucharse dos alaridos seguidos. Y los enganchados de cumbia que no paran ni un minuto…este ritmo tan pegadizo…porque te pega en el marote como un martillo.

Me pregunto, ¿ por qué no se quedará afónico mi vecino? Corrección, ¿por qué no se quedará afónico mi vecino y el que lo acompaña en su grito?, hacen un duo. Dos, a falta de uno.

Pero esto recién empieza. Este coctel explosivo (para las cabezas de sus vecinos) de cumbia, gritos y vaya a saber que más durará toda la noche. Hasta las 8 am aproximadamente. Si, si….son de larga duración. Y al final vendrá la despedida en la puerta, saludos a los gritos a toda la parentela.

(Otro grito…)

(Y otro).

Como no vivo en departamento (donde hay ciertas reglas que cumplir), no hay manera de hacerlos razonar. Después de todo no ocurre todos los días….

(Y muevaaa..y muevaaa...muevaaaa..muevaaaa…) ahí está mi vecino, otra vez, imponiendo el ritmo!. A esta hora ya está eufórico...

Ojo. Por la tarde ya había pistas… dos globos colgados en la reja del frente lo anunciaban, una buena forma de advertir a sus vecinos de lo que iba a ocurrir. Y pensás: cumpleaños… cagamos.

Mi señora no puede dormir. Y no sé que es peor…aguantar la música o los rezongos de ella. Porque yo , como la gran mayoría de los hombres, apoyo la cabeza en la almohada, me das…no digo cinco, diez segundos quizás.. y me quedé frito.

Subieron el volumen…parece que se coparon. Más euforia aún. Se van a levantar hasta los muertos del cementerio de la esquina.

Un apagón general sería una solución pero, solo en parte, porque pondrían el stereo del coche. Y todo sería casi igual. Al menos, la musica no retumbaría en las paredes.

Por eso cuando mis vecinos están de fiesta….mi mujer dispara. Se va a la casa de mis suegros porque no aguanta el ruido…

Bueno, pensándolo bien, después de todo no es tan malo.

Son buenos vecinos, mis vecinos.

En Burzaco, siendo las 00.30 horas.

martes, 9 de diciembre de 2008

El armado del árbolito navideño.


Se vienen las fiestas. Momento de armonía (bueno, se supone), tiempo de organizar dónde se pasa noche buena, y dónde fin de año. En fin, una serie de acontecimientos familiares que más de uno quisiera eludir. Por suerte, no es mi caso. Tampoco el tema de esta entrada porque las siguientes líneas van dedicadas al armado del arbolito navideño pero con un plus…la “ayuda” de los hijos pequeños.

Ciertamente la cosa empieza antes, desde el momento que uno tiene que ir a comprar algunos adornos para el árbol.

El lunes al mediodía no tuve mejor idea que proponer ir al supermercado con mis hijos Abril -de 6 años- y Tomás -de 3- a buscar los mentados ornamentos.

Era la una de la tarde cuando llegamos al super. El calor agobiaba afuera….pero también adentro. No recuerdo si tienen aire allí pero lo cierto es que no se sentía.

Ingresé con los niños al sector navideño, y empezó la búsqueda…y también el fastidio. De entrada, había mucha gente. Bueno, al fin y al cabo yo fui el de la ocurrencia. Los chicos, como era de esperar, empiezan a meter todo lo que les gusta en el chango y yo entonces ocupaba el tiempo en sacar lo que ellos ponían. Cajitas y figuras de Papá Noel musicales eran sus predilectos. También de las otras, sin música. Bolas blancas, doradas, azules, grandes, chicas…todo lo que encontraban, metían en el changuito. ¡No toques eso!. ¡Dejá aquello!. ¡Cuidado que se rompe!

-Basta!; dejemos que mamá elija. Nosotros vayamos a ver los juguetes –dije, tratando de dar una solución a la situación (previsible, diría más de uno). Error. Fue peor la cura que la enfermedad…

Por la tarde noche, luego de una merecida siesta, desembalé el árbol y preparé los adornos, los viejos y los nuevos.

Los chicos que estaban haciendo de las suyas en otro lado, ante este movimiento, se acercaron y se pegaron a mí...y como es uno de esos momentos que uno siempre sueña hacer con sus hijos, les propuse armar el arbolito juntos.

Uno los ve en las películas. La familia unida arma el árbol navideño. Con algunas diferencias, claro:

En las películas –yanquis, por lo general- están sentados al calor de los leños, con los chicos ayudando a poner las bolitas mientras entonan algunos villancicos…


Pero la vida real es distinta ¿cuándo lo voy aprender?

En casa, estaba yo sentado en el piso frente al ventilador porque el calor era insoportable. Mis hijos, a su manera, trataban de ayudar pero era más lo que rompían las bolitas (ejem… ustedes me entienden) que las que colgaban…Otra que villancicos…si el viejo Noel me escuchara en ese momento!…
¿Momento de fraternidad y alegría?… No, lo mió fue un momento de fastidio y estrés….pero en familia, claro.

Tengo un enunciado para estos casos: “La paciencia en el armado de un arbolito con hijos pequeños deberá ser tan grande como grande es el arbolito”

Lo contradictorio es que uno no aprende. Porque el año pasado me pasó lo mismo…y seguramente el siguiente también lo armaremos juntos. Son esas cosas de lo que uno en el momento se queja y reniega, pero ¡como se disfruta cuando lo ves terminado!, porque sabe que, en definitiva, cada uno puso lo suyo.

¡Felíz Navidad!