martes, 9 de diciembre de 2008

El armado del árbolito navideño.


Se vienen las fiestas. Momento de armonía (bueno, se supone), tiempo de organizar dónde se pasa noche buena, y dónde fin de año. En fin, una serie de acontecimientos familiares que más de uno quisiera eludir. Por suerte, no es mi caso. Tampoco el tema de esta entrada porque las siguientes líneas van dedicadas al armado del arbolito navideño pero con un plus…la “ayuda” de los hijos pequeños.

Ciertamente la cosa empieza antes, desde el momento que uno tiene que ir a comprar algunos adornos para el árbol.

El lunes al mediodía no tuve mejor idea que proponer ir al supermercado con mis hijos Abril -de 6 años- y Tomás -de 3- a buscar los mentados ornamentos.

Era la una de la tarde cuando llegamos al super. El calor agobiaba afuera….pero también adentro. No recuerdo si tienen aire allí pero lo cierto es que no se sentía.

Ingresé con los niños al sector navideño, y empezó la búsqueda…y también el fastidio. De entrada, había mucha gente. Bueno, al fin y al cabo yo fui el de la ocurrencia. Los chicos, como era de esperar, empiezan a meter todo lo que les gusta en el chango y yo entonces ocupaba el tiempo en sacar lo que ellos ponían. Cajitas y figuras de Papá Noel musicales eran sus predilectos. También de las otras, sin música. Bolas blancas, doradas, azules, grandes, chicas…todo lo que encontraban, metían en el changuito. ¡No toques eso!. ¡Dejá aquello!. ¡Cuidado que se rompe!

-Basta!; dejemos que mamá elija. Nosotros vayamos a ver los juguetes –dije, tratando de dar una solución a la situación (previsible, diría más de uno). Error. Fue peor la cura que la enfermedad…

Por la tarde noche, luego de una merecida siesta, desembalé el árbol y preparé los adornos, los viejos y los nuevos.

Los chicos que estaban haciendo de las suyas en otro lado, ante este movimiento, se acercaron y se pegaron a mí...y como es uno de esos momentos que uno siempre sueña hacer con sus hijos, les propuse armar el arbolito juntos.

Uno los ve en las películas. La familia unida arma el árbol navideño. Con algunas diferencias, claro:

En las películas –yanquis, por lo general- están sentados al calor de los leños, con los chicos ayudando a poner las bolitas mientras entonan algunos villancicos…


Pero la vida real es distinta ¿cuándo lo voy aprender?

En casa, estaba yo sentado en el piso frente al ventilador porque el calor era insoportable. Mis hijos, a su manera, trataban de ayudar pero era más lo que rompían las bolitas (ejem… ustedes me entienden) que las que colgaban…Otra que villancicos…si el viejo Noel me escuchara en ese momento!…
¿Momento de fraternidad y alegría?… No, lo mió fue un momento de fastidio y estrés….pero en familia, claro.

Tengo un enunciado para estos casos: “La paciencia en el armado de un arbolito con hijos pequeños deberá ser tan grande como grande es el arbolito”

Lo contradictorio es que uno no aprende. Porque el año pasado me pasó lo mismo…y seguramente el siguiente también lo armaremos juntos. Son esas cosas de lo que uno en el momento se queja y reniega, pero ¡como se disfruta cuando lo ves terminado!, porque sabe que, en definitiva, cada uno puso lo suyo.

¡Felíz Navidad!